La Santa Misa es por esto
el sacramento del optimismo. Efectivamente, hay en la institución de la Sagrada
Eucaristía, cuatro palabras, por demás decidoras, que resumen toda la teología
de la Eucaristía, que es también la teología del optimismo. En la última noche
que el Señor pasó con sus discípulos, como los hubiese amado, quiso amarlos
hasta el fin (cf. Jn 13,1); se sentó a la mesa, en sus santas y venerables
manos tomó el pan, lo bendijo, lo partió, y lo dio.
Lo tomó. En la noche de
la institución, sobre la mesa del convite, había una canasta de pan... con
multitud de panes, tan pobres como los del pequeño Ignacio, y Cristo tomó uno,
el que quiso... no por mérito suyo, sino por su inmensa dignación... De entre
los 2.000.000.000 de hombres me escogió a mí, me llamó a mí, a ser su hijo, me
invita a hacer algo, algo grande. ¿Lo podré?
Lo bendijo. Lo cargó con
su bendición y lo transubstanció. Sobre el altar, un copón de hostias: harina y
agua... arrugadas, amarillas, hilachentas... Cargadas de la bendición de
Cristo. Al asistir cada día al Ofertorio, veré al sacerdote que ofrece algo tan
pobre. ¿No tiene vergüenza? Pero en la consagración, ¡esa pobreza, se
transforma en divinidad!
Lo partió. Y ese pan
preparado, lo rompe... Vea romper esa hostia... Los sacrificios... no para
destruir, sino para dar. El grano de trigo... si no muere (cf. Jn 12,24).
Lo dio. El fin de mi
vida: darme. Darme entero a los demás, con optimismo, porque cargado de la
bendición divina. Si yo pudiera asistir cada día a Misa, comulgar cada día...
¡Cuánto sentido de optimismo tendría mi vida!
Y luego durante el día,
orar... Orar sabiendo que Él vive en mí. Que no [somos] dos sino uno. [Es una
enseñanza] de fe: la habitación de Dios en el alma. ¡Nosotros! No yo solo. Él
en mí. ¿Valgo algo? ¡Ya lo creo! ¡A Ti solo me he entregado!